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Gorki

martes, marzo 07, 2006

El Salado

Pedro Solórzano llegó a la gubernatura precedido de un respaldo popular que nadie puede negar. Era senador cuando decidió aventarse el paquete de gobernar este su terruño, Barranco. Su labor proselitista le llevó a establecer alianzas con el PRD y el PAN, y otros partidillos que gustan mamar de las ubres públicas. La realpolitik, creo que le llaman a eso de echarse la mano entre corrientes encontradas. Lo hizo Solórzano. Durante su candidatura llamó la atención de mochos católicos y protestantes e intelectuales de izquierda. Un revoltijo. Y, al viejo estilo del PRI, también supo ganarse la simpatía de organizaciones campesinas y obreras, principalmente, quienes le garantizaron el triunfo. La gente lo quería. El hartazgo era evidente en todos los sectores sociales. Ya nadie quería al PRI. Los del revolucionario (esa Revolución anquilosada, pervertida, devenida partido político) tuvieron que aguantarse las ganas de refrendar la silla gubernamental.
Yo estaba en el Imparcial tratando de saborear una torta de las que vende la señora de enfrente. Pinches tortas, me cae, no he probado otras iguales. Ahí estaba, pues, sentado frente a la computadora trtando de escribir una crónica, cuando me llamó mi editor.
-Aquí nada de formalismos -me dijo-, no esperes papelitos ni órdenes de trabajo en sobre cerrado. A la chingada. Mañana sale Solórzano a El Salado, con el argüende ese de que quiere ser gobernador. Así que, Gorki, tomas tu grabadora y una cámara y te me vas bien tempranito.
-¿Quién me va a llevar? -pregunté.
-No mames, Gorki, ni madres, no hay quien te lleve. Agarras el camión
Puta, pensé, tan siquiera me van a dar viáticos.
-Pagas todo, de regreso te lo reponemos dijo mi editor. Ni pedo, dije, así este pinche desmadre, todo por el amor al oficio.
Al siguiente día, temprano, a las seis de la mañana, estaba en la terminal de Rápidos del Sur. Ni cola hice para comprar el boleto a El Salado. Tardé cuatro horas en llegar, cuando en condiciones normales se hacen dos horas. Los camiones de Rápido del Sur son de segunda, se van parando por cuanto pueblo se les cruza enfrente para levantar pasaje. y sí que levantan. Los pasillos del camión iban repletos. Una señora, gorda, se sentó en el brazo del asiento. Casi se me encimó. Lo único que hice fue tomar la cámara y resguardarla. Calor de la chingada. El camión terminó de dar vueltas y bajó a la costa, a las carreteras rectas, planitas, tranquilas. Cuatro horas después de haber salido de Barranco, la capital, llegué a El Salado. El sol me recibió con sus brasas abiertas. LLegué a la oficina de campaña de Solórzano donde me dijeron que ya se había ido al puerto.
Abordé un taxi anaranjado. Esos sí que vuelan. Llúegué en no menos de 20 minutos al puerto. Corrí hacia la palaya, de donde venía mucha gente. Supuse que el mitin de Solórzano había sido ahí. Y tenía razón. Ah+i había sido. Pero ni las luces del candidato, ni de de los lameculos que lo acompañan. Pregunté a dónde se había ido. Me dijo un lugareño que se había subido a un helicóptero para continuar con su gira en Tapanco.
Decepcionado, regresé a El Salado. Pedí el teléfono a una caseta. Marqué al Imparcial.
-Mi editor, qué cree.
-Qué
-Ya no encontré al preciso, se había ido a Tapanco. Creó que adelantó su mitin.
-Gorki, te doy hasta la noche, en el cierre de edición, para que me envíes la nota, no quiero pretextos.
Más triste todavía colgué. enía que hacer algo para sacar la chamba del día.


 
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