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Gorki

miércoles, marzo 08, 2006

Costeños

Esa tarde, con unos cuantos pesos en la bolsa, me metí a una cafetería en El Salado. Primer pregunta, una vez adentro, ¿qué hago en una cafetería de la costa, si el calor es inaguantable? Segunda, ¿porqué no me regresé a Barranco? Tercera, ¿tengo que escribir algo para el periódico? pedí un refresco y saqué una libreta. Hice algunos apuntes. Trataba de imaginar a Pedro Solórzano hablando ante los salados. Nada. La mesera se acercó con el refreso. Un hilillo de sudor comenzaba a correr por mi frente. Calor y desesperación. Mala combinación. Bebí con cierta desespeación el refresco. Pedí, mejor, una cerveza. En el menú de la cafetería vi que orfecían cervezas. Llamé a la mesera. Pensaba que las cafetarías servían, además de café, refrescos y alguno que otre tentempié, le dije. Ella me contestó que en la costa lo mismo da si entras a una cafetería o a una cantina. En todos lados lo que quieren es saciar la sed y amainar el calor. Le pedí una cerveza.
Me enfrentaba a la terrible hoja en blanco, juntando ideas para escribir la crónica. ¿Qué podía decir? Que a Solórzano se le cuecen las habas porque sean las elecciones, le urge que la gente vote. Por eso anda ya de pueblo en pueblo, lo más rápido posible, para ganar votantes. Bebía. La cerveza fría me distraía, en vez de ayudarme a poner claras mis ideas. Ni madres, pensé, nada puedo hacer.
Una de las sillas alrededor de la mesa se movió. Vi las patas. Unos pies enhuarachados estaban ahí, a la espera. Levanté la vista. Era uno de los tantos pescadores que por las tardes, después de vender su mercancía, deciden quedarse en El Salado, para regresar al otro día temprano al puerto.
-¿Puedo sentarme?
-¿Qué desea?
-Sentarme, estoy cansado.
Su rostro era arrugado, viejo, quemado por el sol. Despedía un ligero olor a pescado, quizá a altamar.
-Estoy ocupado -dije.
-No le voy a quitar tiempo.
No comprendía su interés por sentarse en la mesa donde yo estaba. Volteé a ver a todos lados, como esperando una respuesta en la gente. ¿Por qué ese interés? No hallé lo que buscaba. Parecía que a nadie le interesaba que ese pescador, con cara de pocos amigos, estuviera parado ahí, frente a mí. Le quise volver a decir que no, pero retiró la silla y se sentó. Emitió un sonido con la boca, indicando su alivio por tomar asiento. Quise volver a concentrarme en el texto. Él chifló y la mesera, ahora sí muy atenta, llegó en un tris. El pescador pidió una cerveza. Se la trajeron y la bebió con desaparpajo. Chasqueó los dientes.
Quiso hacer plática.
-Usted no es de por acá, ¿verdad?
-No.
-¿Es de Barranco?
-Lo supuse.
-¿Qué le hizo suponer eso?
-No es su ropa, no sé. Me parece que no tiene usted el tipo de costeño. A los costeños se les conoce luego luego. No es usted tan moreno ni colocho para decirse costeño. Y tampoco tiene el acento.
-Tiene usted razón.
-Además, tampoco bebe usted como costeño. Más bien parece de la ciudad, de allá de Barranco.
-¿Cómo beben los de ciudad? -pregunté.
-Desganados, como si lo hicieran por compromiso o por sentirse importantes. No saben. Aquí bebemos como algo normal. La cerveza es agua. No queremos llamar la atención de nadie. Parece que ustedes sí.
-¿Usted cree que con sólo esta cerveza estoy bebiendo así?
-Sí -toma un trago y levanta la vista, como esperando que alguien se de cuenta de lo que está haciendo.
No sé como permitía que el tipo siguiera hablando. Le dije que tenía que retirarme, y que le agradecía su plática, muy ilustrativa para mí. Le dije, para excusarme. que me sentía cansado después del mitin de Solórzano.
-Sí, aburre escuchar a esos tipos. No lo vi en el Puerto.
-Ahí estaba, escuchando -dije
Casi levántandome de la mesa se me ocurrió:
-¿Usted cómo lo vio?
- Aburrido. Estuvo una hora parloteando, que si los derechos humanos, que esto y que el otro. Total, a mí de qué me sirve. Se dio cuenta usted que llegó poca gente, ¿verdad? Pues los pocos que estaban eran acarreados de otras colonias. A todos les dieron un cheque por 300 pesos. Yo los vi. Como agradecimiento por el apoyo otorgado. Míseros 300 pesos. Se los dieron casi al final. Uno de mis compadres, ya borracho, se encabronó por esa bicoca y sacó su machete. Muy pocos se dieron cuenta. Sacó el machete y zúmbale, que se quiere aventar contra ese mentado Solórzano. "No compadre, le gritábamos, no sea usted pendejo". Pero mi compadre es bien pendejo y además borracho. Entre todos lo detuvimos y le quitamos el machete. A ese mi compadre lo agarramos y lo llevamos a la casa de un mi amigo. Ahí quiso seguir echando trago. ya no le dimos. Y que se pone a llorar. Salió con la pendejada que desde Barranco le habían dado mil pesos para que se quebrara al Solórzano. Pero llegó tarde al mitin porque un día antes e acabó la paga bebiendo. Y hoy, pos, según él, todavía encontró por ahí un su billete para comprar más, y así llegó, borracho. Yo lo dejé en la casa, dormido, después de que lo vi llorar todo el día. Dicen que lo va a matar un tal Albores porque no hizo su trabajo.
-Mire usted, no me di cuenta de eso que me dice.
-No pos lo agarramos a tiempo antes de qu hiciera un desmadre. Yo me vine para acá, con tal de descansar un rato. Aquí voy a dormir en casa de mi suegra. Una cerveza me relaja, sino no puedo conciliar el sueño.
-¿Está seguro de que lo quiso hacer su compadre?
-¿Tengo cara de mentiroso? -dijo y frunció el ceó.
Le pagué la cerveza y corrí a un ciber. Redacté la nota. La cabeceé: "Ebrio sujeto planeaba matar a Solórzano". Al final, le indiqué a mi editor, que esperara el boletín de Solórzano.


 
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